Somos inquietos, inconformistas. Cosa que es buena y mala en la medida en que no podamos controlar nuestros deseos insaciables.
Una vez que se nos abre una puerta, intentamos abrir más ventanas, que entre más luz, ganas de seguir escapando. Pero llegamos a encandilarnos. Queriendo abarcar tantas cosas, se nos desvía nuestro camino principal, nuestro objetivo, nuestra meta más próxima.. Y empiezan las dudas, las barreras, los miedos. Miedo a que todo se nos vaya de las manos, al final somos inexpertos en esto de.. ¿cómo llamarlo?.. vivir. Cada paso que damos, aprendemos a seguir caminando con un ritmo constante, hasta que ese ritmo nos empieza a parecer tan rutinario, tan aburrido, tan en línea recta, que necesitamos tropezar. Es como un aviso para corroborar que estemos despiertos, que realmente sabemos a donde vamos y vamos a luchar para llegar. Seguiremos andando, tropezando y levantándonos.
Qué nos moviliza a hacer las grandes cosas? Serán las pequeñas cosas que nos alimentan el día a día? Es difícil darse cuenta de qué es realmente lo que impulsa nuestra felicidad. Para muchos, la felicidad se encuentra en la estabilidad: encontrar un trabajo y si se corresponde con la profesión por la cuál te pasaste años estudiando, mejor; Poder vivir de ese trabajo, pagar una hipoteca durante los siguientes 20 años tal vez y algún día tener tu propia casa; Encontrar a esa persona que sientas deba ser tu compañía hasta la vejez.. Cosas muy utópicas en el mundo de hoy. Perdón. Más que utopía, es fantasía la palabra que busco. Porque no son cosas que no podamos alcanzar, es más, si algo sé de éste país es que todas esas cosas que refieren a la estabilidad tanto económica como vital, están al alcance de cualquier LABURANTE. Pero a lo que me refería, es que para muchos, la felicidad no se encuentra en la estabilidad, en la tranquilidad y la seguridad de tener todos los días un trabajo al que asistir y funcionar a la par de otros muchos similares a vos.
El problema es que al llegar a esa estabilidad, entramos en una especie de agujero o crisis o como se quiera llamar. Y entra en juego el miedo. Miedo a pasarte años sistematizando tu vida, acomodando horarios que encajen calculadamente entre tu trabajo y tu poco tiempo de ocio. Miedo a que el amor no llegue, que no encuentres a tu complemento que te llene los huecos vacíos. Miedo a no conformar a todos. Miedo a que la gente no te entienda y tener que oír cómo se llenan la boca hablando de los demás. Ese miedo a que todo por lo que luchaste e intentaste conseguir tus sueños, se convierta en una pesadilla y empiece a consumir tus fuerzas, tus energías, y empieces a ir sólo con la corriente, te dejes llevar.
Se llama autismo psicológico, según el psicoanálisis.. Nuestro mundo, que antes era amplio y pleno de posibilidades, se va reduciendo a medida que aumenta la necesidad de seguridad. Es imposible controlarlo todo. Parece que cuanto más podamos ver los límites de nuestra vida, mejor. Aunque sólo sea un límite psicológico. Es bueno fingir que tenemos todo bajo control.
En fin, todas esas barreras, esos tropezones, esos altibajos, son síntoma de que estamos vivos, que nos preocupamos por dónde vamos andando, nos importa nuestro tiempo y nuestro esfuerzo por las cosas que queremos lograr. Mantener la calma, no perder el norte. Aunque nos desviemos un poco de nuestros rumbos, podremos apreciar otros recorridos, llegando antes o después a nuestro destino, pero siempre atentos, preparados para recibir tropezones. Al final, todo es un aprendizaje, y de eso se trata, de caminar y darnos cuenta de a qué nos enfrentamos. A un maravilloso y enorme mundo.